En la IV Conferencia Mundial sobre la Mujer (Beijing, 1995), y ante la evidencia del escaso impacto logrado hasta ese momento por las políticas y programas basados en la incorporación de las mujeres a las estrategias de desarrollo (enfoque MED), se promueven dos estrategias complementarias para avanzar en la transformación de las relaciones desiguales de poder entre hombres y mujeres y el logro de la igualdad de género: la estrategia de gender mainstreaming y la estrategia de empoderamiento.
El término empoderamiento procede del inglés empowerment. Nace como concepto en las organizaciones populares de los países del sur, entre ellas las organizaciones feministas y de mujeres, para referirse al proceso mediante el cual las personas y grupos excluidos y oprimidos desarrollan capacidades para analizar, cuestionar y subvertir las estructuras de poder que las mantienen en posición de subordinación.
El empoderamiento sería entonces el paso de una situación de subordinación a una situación en la que se tiene control sobre las decisiones que afectan la propia vida. Esto es, pasar de no tener poder a sí tenerlo.
Desde el momento mismo de su conceptualización, el término empoderamiento ha sido entendido y aplicado de distintas maneras por distintos actores de desarrollo (agencias de desarrollo multilaterales y bilaterales, gobiernos y organizaciones de la sociedad civil, mundo empresarial, educadores/as, etc.) en función de sus enfoques, prácticas y, sobre todo, de sus ideologías y valores. No obstante, y más allá de las diferencias y matices, existe consenso en que el empoderamiento es un proceso.
El empoderamiento pone el énfasis no tanto en el grado en que se ejerza o tenga el poder, sino en el proceso de adquisición del mismo. Igualmente, no es considerado como un proceso lineal, en el que se parte de una posición inicial de no empoderamiento a una meta fi nal de total empoderamiento, sino más bien un proceso complejo y dinámico, en el que es posible que una persona o grupo se empodere en algunos aspectos, pero no en otros (Urriola et al, 2006).
Como se ha dicho, el empoderamiento se refiere al proceso de adquisición de poder sobre la propia vida. Es en la definición del concepto mismo de “poder” donde el pensamiento feminista ha realizado aportes claves a la fi losofía del empoderamiento. Si bien desde el movimiento de mujeres se reconoce la necesidad imperiosa de que las mujeres incremente su poder, diversas autoras feministas identifi can el empoderamiento no en términos de dominación y de ganar “poder sobre otros” (poder de suma cero, en el que el aumento de poder de una persona implica la pérdida de poder de otra), sino en términos de (Rowlands, 1997):
Esta manera de entender el empoderamiento identifica, por tanto, el poder como el control de los distintos recursos materiales y simbólicos necesarios para poder infl uir en los procesos de desarrollo: recursos materiales físicos, humanos y financieros (el agua, la tierra, las máquinas, el propio cuerpo, el trabajo y el dinero); recursos intelectuales (conocimientos, información, ideas) e ideología (facilidades para generar, propagar, sostener e institucionalizar creencias, valores, actitudes y comportamientos.
El empoderamiento conlleva, necesariamente, una dimensión individual y una dimensión colectiva, estando ambas íntimamente unidas. El empoderamiento personal, si no va acompañado del empoderamiento colectivo, no es sostenible a largo plazo. La dimensión individual implica un proceso de incremento de la confianza, autoestima, información y capacidades para responder a las propias necesidades.
El término empoderamiento procede del inglés empowerment. Nace como concepto en las organizaciones populares de los países del sur, entre ellas las organizaciones feministas y de mujeres, para referirse al proceso mediante el cual las personas y grupos excluidos y oprimidos desarrollan capacidades para analizar, cuestionar y subvertir las estructuras de poder que las mantienen en posición de subordinación.
El empoderamiento sería entonces el paso de una situación de subordinación a una situación en la que se tiene control sobre las decisiones que afectan la propia vida. Esto es, pasar de no tener poder a sí tenerlo.
Desde el momento mismo de su conceptualización, el término empoderamiento ha sido entendido y aplicado de distintas maneras por distintos actores de desarrollo (agencias de desarrollo multilaterales y bilaterales, gobiernos y organizaciones de la sociedad civil, mundo empresarial, educadores/as, etc.) en función de sus enfoques, prácticas y, sobre todo, de sus ideologías y valores. No obstante, y más allá de las diferencias y matices, existe consenso en que el empoderamiento es un proceso.
El empoderamiento pone el énfasis no tanto en el grado en que se ejerza o tenga el poder, sino en el proceso de adquisición del mismo. Igualmente, no es considerado como un proceso lineal, en el que se parte de una posición inicial de no empoderamiento a una meta fi nal de total empoderamiento, sino más bien un proceso complejo y dinámico, en el que es posible que una persona o grupo se empodere en algunos aspectos, pero no en otros (Urriola et al, 2006).
Como se ha dicho, el empoderamiento se refiere al proceso de adquisición de poder sobre la propia vida. Es en la definición del concepto mismo de “poder” donde el pensamiento feminista ha realizado aportes claves a la fi losofía del empoderamiento. Si bien desde el movimiento de mujeres se reconoce la necesidad imperiosa de que las mujeres incremente su poder, diversas autoras feministas identifi can el empoderamiento no en términos de dominación y de ganar “poder sobre otros” (poder de suma cero, en el que el aumento de poder de una persona implica la pérdida de poder de otra), sino en términos de (Rowlands, 1997):
- “poder para” identifi car sus intereses y transformar las relaciones, estructuras e instituciones que constriñen a las mujeres y perpetúan su subordinación. Implica movilización;
- “poder con” otras mujeres para tomar decisiones compartidas. Poder compartido, que multiplica poderes individuales, ya que el todo puede ser superior a la sumatoria de las partes individuales. Implica organización autónoma;
- “poder desde dentro”, para construir a partir de sí mismo, pues el poder surge del mismo ser y no es dado o regalado. Implica la toma de conciencia sobre la subordinación que afecta a todas las mujeres y el aumento de confi anza en las propias capacidades.
Esta manera de entender el empoderamiento identifica, por tanto, el poder como el control de los distintos recursos materiales y simbólicos necesarios para poder infl uir en los procesos de desarrollo: recursos materiales físicos, humanos y financieros (el agua, la tierra, las máquinas, el propio cuerpo, el trabajo y el dinero); recursos intelectuales (conocimientos, información, ideas) e ideología (facilidades para generar, propagar, sostener e institucionalizar creencias, valores, actitudes y comportamientos.
El empoderamiento conlleva, necesariamente, una dimensión individual y una dimensión colectiva, estando ambas íntimamente unidas. El empoderamiento personal, si no va acompañado del empoderamiento colectivo, no es sostenible a largo plazo. La dimensión individual implica un proceso de incremento de la confianza, autoestima, información y capacidades para responder a las propias necesidades.
Finalmente, los avances en la conceptualización del empoderamiento han puesto de manifiesto que el empoderamiento es diferente para cada individuo o grupo según su vida, contexto e historia, y según la localización de la subordinación en lo personal, familiar, comunitario, nacional, regional y/o global. Por tanto, no existen modelos prescriptivos, recetas únicas o fórmulas mágicas. Como señala la propia Rowlands (1997), “cuando el empoderamiento es definido con mayor precisión, tanto en los aspectos que constituyen el poder como en las especificidades del proceso, la noción de un `enfoque de empoderamiento´ para el desarrollo de las mujeres se torna en una herramienta más útil para el análisis y la planifi cación”.