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martes, 28 de junio de 2011

Feminismos latinoamericanos

El feminismo latinoamericano es sin duda uno de los movimientos socio políticos más importantes
que ha conocido América Latina. Presenta marcadas diferencias en función de las especifi cidades de cada región (Andina, Cono Sur, Centroamérica y Caribe) que ponen de manifi esto la diversidad y las turbulencias políticas, sociales y económicas del continente.

Pero al mismo tiempo, comparten el potencial transformador de la lucha histórica por la igualdad
de derechos de las mujeres.

Según algunas autoras su origen puede remontarse a mediados del siglo XIX, cuando pequeños grupos de mujeres de clase alta comenzaron a reivindicar el acceso a las universidades, convirtiéndose años después en las primeras médicas y abogadas de la región.

Otras, indican que los movimientos feministas latinoamericanos surgieron en la segunda mitad del siglo XX. Sin embargo, desde principios de siglo existieron agrupaciones que sin declararse feministas consiguieron grandes avances para las mujeres latinoamericanas y se confi guraron en un precedente importante para el posterior desarrollo del feminismo (PNUD, 2009).

En esta primera ola feminista aparecieron organizaciones de mujeres trabajadoras que organizaron las primeras huelgas de lavanderas, maestras y obreras textiles con el objeto de
reivindicar condiciones laborales dignas, para ellas y sus familias.

Otro hito importante en esta etapa, fue la lucha por el reconocimiento del derecho a voto de las mujeres, protagonizado por las agrupaciones de sufragistas que fueron surgiendo a lo largo y ancho del continente entre 1900 y 1950. Tras la progresiva consecución del sufragio femenino y ante la constancia de que los partidos políticos existentes no incorporaban las demandas de las mujeres, se crearon en algunos países partidos políticos de mujeres, como el Partido Feminista Nacional (Argentina), el Partido Cívico Femenino (Chile) y Evolución Femenina (Perú).

Las reivindicaciones sindicales y ciudadanas de estos años dieron paso a lo que Julieta Kirkwood (1986) denominó el silencio feminista. Es decir la generalizada y poco estudiada inactividad pública de agrupaciones de mujeres en la región, entre 1950 y 1970 aproximadamente.

Como señala Virginia Vargas (2002) “los movimientos feministas de la segunda oleada han
sido posiblemente el fenómeno subversivo más significativo del siglo XX, por su profundo cuestionamiento a los pensamientos únicos y hegemónicos sobre las relaciones humanas y los
contextos sociopolíticos, económicos, culturales y sexuales en las que se desarrollaban”.

Surgieron en América Latina en la década de los 70 y se generalizaron en toda la región durante la década de los 80, a través de la expansión de un amplio y heterogéneo movimiento popular de mujeres que expresaron y denunciaron las formas específi cas y diversas en que las mujeres construyen sus identidades, intereses y propuestas (Vargas, 2002).

La preocupación fundamental de los feminismos en los años 80 se orientó a “politizar lo privado”, a través de la manifestación de las experiencias de opresión de las mujeres; el cuestionamiento del carácter político de la subordinación de las mujeres en el ámbito privado y sus efectos en la presencia y participación en el mundo público. Esto dio lugar a la generación de nuevas categorías de análisis para nombrar lo que hasta entonces no tenía nombre: la violencia doméstica, acoso sexual, violación en el matrimonio, etc.

El contexto de guerras civiles y regímenes autoritarios predominante en la región en estos años dio lugar a que los distintos movimientos feministas ligaran la lucha de las mujeres con la lucha por la recuperación democrática, vinculando la falta de democracia en lo público con la escasez de relaciones democráticas al interior de las familias. De este modo, el slogan de las feministas chilenas: “Democracia en el país y en la casa” fue adoptado como un lema para muchos grupos de mujeres en América Latina (PNUD, 2009).

Durante la década de los noventa, la confi guración de nuevos escenarios políticos ligados al paulatino regreso de las formas democráticas, la modernización de los Estados y los procesos de globalización, supuso cambios importantes que incidieron en el desarrollo de los movimientos sociales y en los feminismos en América Latina.

La búsqueda del acceso a la igualdad de derechos de las mujeres respecto a los hombres dio paso a la lucha por el reconocimiento de la diversidad y la diferencia, entendida, no sólo como el acceso a los derechos existentes, sino más bien al proceso de ampliación permanente de los derechos humanos. La lucha por el reconocimiento de los derechos sexuales y reproductivos , no sólo como derechos de las mujeres sino como parte constitutiva de la construcción ciudadana, es un buen ejemplo de este proceso (Vargas, 2002).

Por otro lado, el movimiento se diversifi có en lo que se refiere a los espacios de actuación y a las diversas identidades desde las que las mujeres reivindicaban la igualdad desde la diferencia.

Así, las estrategias feministas se desplegaron desde la sociedad civil, la interacción con los Estados, los partidos políticos y las universidades. La integración de muchas feministas a los recién creados organismos gubernamentales para el adelanto de la mujer, junto con el creciente proceso de “oneigización” de los movimientos de mujeres y feministas, y la profesionalización del abordaje de temas como los derechos sexuales y reproductivos o la violencia contra las mujeres, fueron confi gurando los primeros vestigios de la institucionalidad
feminista.

Algunas estudiosas han señalado que la competencia por conseguir recursos de la cooperación internacional enemistó a muchas militantes feministas y produjo al mismo tiempo una pérdida de la agenda propia para asumir la agenda fi nanciada por los donantes.